En 1610 y con apenas 10 años, Luis XIII fue proclamado rey de Francia. Le casaron cinco años después con Ana de Austria, hermana de Felipe IV. Por entonces todavía era virgen, cosa extraña, dadas las costumbres de palacio.
Se desconoce si fue por esta razón, o por timidez, o por desinterés, por lo que el joven rey no terminaba de hacer uso de sus deberes conyugales. Al poco, Ana de Austria se quejó de este hecho a su hermano Felipe IV, quien transmitió el problema al papa, el cual se lo comunicó a su nuncio en París, que a su vez informó al embajador de Venecia, amigo de Luis XIII.
Cuenta Robert de Montesquieu que entre el nuncio y el embajador idearon un ardid para mostrar al rey en qué consistía exactamente el proceso amatorio. Así fue que condujeron al joven a una sala secreta en la que le esperaba su hermana, la duquesa de Vendôme, y su marido, quienes le hicieron una demostración práctica. Y, constatado por su médico allí presente el efecto físico que el espectáculo tuvo en el rey, se le instó a acudir en ese mismo momento a su lecho, donde Ana de Austria le esperaba convenientemente preparada. El truco tuvo éxito, lo que es aún más extraño dado que, mientras miraba, al lado del rey se encontraba no sólo su médico, sino también su confesor.
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