Era buena para darle tobas a los colegas y compañeros de pupitre. En casa su uso era más limitado porque cada mancha que dejaba la mano en la pared significaba un zapatillazo de tu madre. Al final, cuando estabas hasta los huevos de ella terminabas por arrancarle los dedos uno a uno e intentar hacer pelotillas con ellos como si fuesen mocos para después disparalos.
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