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12/12/19

LOS GOFRES CON FORMA DE PENE EN CHUECA.

“Buenas tardes, vengo a por una polla”. Suena mal, pero eso es lo único que venden en La Pollería (Barbieri, 23; de 16.00 a 23.00): gofres con forma de pene y de tamaño extragrande. “Los llamamos pollofres”, cuenta Pedro Bauerbaum, tinerfeño de 24 años que inauguró su negocio en un pequeño local de Chueca hace solo una semana. “La acogida ha sido increíble”, relata, “se ha hecho viral muy rápido, sobre todo en redes sociales: en Instagram, en menos de 24 horas conseguimos 1.000 seguidores”. Ahora ya rozan los 4.000.
“Ha sido muy locura”, agrega Bauerbaum, que explica que el local no está terminado: “Los rótulos están en camino”. Las paredes lucen desnudas —a excepción de un neón con forma de plátano— y ningún cartel anuncia el negocio, pero la gente se arremolina en la puerta. Un pequeño expositor muestra seis pollofres con diferentes recubrimientos: chocolate negro, blanco… “¿Qué topping te pongo?", pregunta Bauerbaum a una cliente (cada gofre cuesta 3,8 euros más 0,50 céntimos por la cobertura). “El que más se vende es el blanco: a la gente le gusta el hiperrealismo”, agrega sin poder reprimir una carcajada. 
Según cuenta, la provocación no motivó a Bauerbaum a inaugurar su particular pollería. “Regento una heladería y con la llegada del invierno estaba pensando en diversificar el negocio”, explica, “decidí servir también gofres”. “Pedí a la fábrica china a la que encargo las wafflereas [los moldes para hacer los gofres] el catálogo y me pasaron uno en el que había de todo: ositos, peces, flores… Todo tipo de formas”, rememora. Cuando llegó a la página 19, no pudo evitar sorprenderse: “¡Joder con los chinos!”, pensó el canario al descubrir dulces y sexuales propuestas.
“Se me quedó en la cabeza y pensé que si producían esos moldes sería porque los venderían en algún sitio. Para mí, solo había dos lugares en los que encajasen: en el Barrio Rojo de Ámsterdam o en Chueca”, continúa.
Bauerbaum no tiene constancia de que haya habido más peticiones de sus moldes. Él encargó las herramientas, buscó un local en el barrio madrileño, lo reformó —“una obra pequeña que hemos hecho en dos semanas”— e inauguró el pasado 3 de diciembre. “¿Por qué elegí pollas? Pues… no sé, la verdad”, contesta. “Porque te encantan”, le interrumpe entre risas el único trabajador que tiene contratado en la tienda. 
“El tamaño importa, pero esto es muy grande para comérselo en la calle”, comenta un chico a sus amigos. Todos ríen. Todos se quedan dentro del local para acabar su dulce. “¿Y no vais a hacer coños?", pregunta una pareja de chicas jóvenes. “Si nos va bien, nos ponemos con los coños”, asegura Bauerbaum, “siempre que los chinos puedan hacer los moldes”.

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